jueves, 27 de febrero de 2014

Deconstruyendo el género desde la moda



Ayer me estrené en VICE con un texto sobre el consumo de testosterona en la comunidad trans y hoy he amanecido cantando "So come on in an'play me, Le Jazz Hot baby"

Vaya por delante que Victor/Victoria es una de mis películas favoritas desde la infancia. Que aunque no tenga mucho que ver con la testosterona sí que tiene que ver con la masculinidad y con lo que la sociedad considera un comportamiento masculino aceptable. Y que posiblemente lo poco o mucho de queer en mi deba agradecérselo a mujeres como Coco Chanel, July Andrews, Marlene Dietrich, Katharine Hepburn y tantas otras que empezaron a cuestionar el género vistiendo de una manera inesperada. Deconstruir el género desde la moda puede parecer una banalidad, pero aquí estoy, recordando hoy a mis 31años una película que desenmascara la cruda realidad de la pobreza y cuestiona las normas de género, que vi por primera vez cuando era niña y estaba muy a favor del rosa y del charol en general, y que hoy me sigue pareciendo un clásico en toda regla. 

El personaje que interpreta July Andrews no se siente hombre, no tiene un problema de reconocimiento identitario: Victoria pasa a ser Victor por una cuestión de hambre y de supervivencia, pero lo interesante en este caso no son los motivos, sino el resultado y la metodología. Lo interesante de todas estas mujeres que han cuestionado el género desde la moda es su innegable aportación a la posibilidad de fluctuar entre los géneros desde la construcción de nuevas identidades que dejan de entenderse como algo terminado, cerrado, inmóvil, y pasan a ser un elemento de juego y de reinvención de nuestro lugar en el espacio público. 



Si antes podíamos identificarnos como hombres o como mujeres, ahora gracias a Facebook, que ha anunciado cambios en las opciones de género de nuestro perfil, tendremos más de cincuenta opciones para todo el asunto. El género desde todas las perspectivas posibles.

El gesto de Facebook Diversity ha hecho un gran favor al colectivo LGTB y a aquellos que llevan tiempo haciendo terrorismo de género, como el colectivo queer. De la noche a la mañana la cuestión de las identidades se ha convertido potencialmente en tendencia. Los medios, incluso los serios pero políticamente correctos, se esmeran en explicarnos que la identidad de género y la identidad sexual son cosas diferentes, y que no tienen nada que ver con el sexo biológico. Mientras todo esto ocurre, el trato a las personas trans a nivel médico y a nivel social todavía no ha llegado al s.XXI.





Hoy el protocolo médico oficial es un largo camino en tres fases: psiquiatría, endocrinología y cirugía. Psiquiatría te evalúa en función del Test de la vida real, que analiza tus comportamientos de género en base a respuestas de verdadero o falso frente a afirmaciones tipo “Me gustaría ser piloto en competiciones automovilísticas”. Si dudas entienden que no eres suficientemente hombre, ni suficientemente mujer, ni todo lo contrario. Y vuelves a la casilla de salida.

Si miramos un poco atrás nos damos cuenta de que no es ninguna novedad. Hasta 1990 la OMS consideró la homosexualidad como una enfermedad. En el DSM (La Biblia americana de los trastornos psiquiátricos) se hicieron algunos cambios en los 70, pero más que cambios fueron parches. Se mantuvo la descripción de la patología y se le cambió el nombre. De homosexualidad pasamos a transexualidad. Y así sigue. 





miércoles, 26 de febrero de 2014

A bathroom situation con Diego Etxebarria


* Todas las imágenes son de Diego Etxeberria 

Hace unos meses el maravilloso equipo de Publications for Pleasure me propuso colaborar en Minor, y así fue como llegué al tumblr de Diego Etxeberria. Me proponían un juego de relaciones vivenciales con las características de las fotos de Diego Etxeberria. Sin filtros, ni retoques, ni perfección artificial. Para titular el texto usaríamos una foto de Diego. 
La mirada de Diego me parece maravillosa, desde ese primer encuentro sus fotos de lavabos, gente meando, y situaciones de cuarto de baño en general son mis favoritas. 

Así de bonito quedó. 

















Ésta fue la foto. 



Éste fue el texto. 
Las traduccion se la tengo que agradecer a Bea Bascuñán y a Cristina Arbués. 

***
Llegué a Hanoi en Febrero con la maleta llena de camisetas, shorts, vestidos vaporosos y un único par de tejanos que a los quince días de sucios andaban solos. ¿Clima tropical? los cojones. Era invierno y hacía un frío húmedo y antipático. Llegué de noche después de varios aviones seniles y aeropuertos deprimentes. Llegué de mal humor. En la aduana grité inútilmente a un policía feo y con la cara llena de grasa que apestaba a alcohol y que había decidido unilateralmente modificar la vigencia de mi visa. Yo sólo quería llegar. Descargar las maletas, comer, una buena ducha, fumar.

Al llegar a mi nuevo hogar vi que mi maleta, mi comida, mi ducha, mis cigarrillos y mi vida sucederían de ahora en adelante en un pequeñísimo apartamento abarrotado de chavales de movilidad muy reducida. Niños y niñas con sus respectivas sillas de ruedas y sus rollos de adolescentes. La comida me sabía a muerto y a jabón porque odio el pescado y el cilantro y en Vietnam lo rocían todo con esa maldita hierba y con una salsa maloliente e intensa que proviene precisamente de los juguillos del pescado pudriéndose al sol. Quise ducharme. El baño era un espacio húmedo y viscoso que olía como se supone que puede oler un baño ocupado por catorce adolescentes. No había bañera ni plato de ducha ni cortina, sólo un taburete de plástico blanco. El agua caía directa sobre el suelo y salía por un pequeño desagüe. Cerré el pestillo, me desnudé, puse una camiseta sobre el taburete para poder reposar mis nalgas europeas sobre algo conocido y lloré por haber caído muerta en semejante agujero.

Un par de meses después ya estaba más o menos adaptada a la locura hanoiana. Llegó la primavera y la vida cobró sentido: los fideos con pollo, el tofu frito con tomate y otros manjares libres de cilantro aparecían como platos deliciosos. Andar medio desnuda por la calle era liberador. Durante el día me divertía con los niños y por la noche engullía feliz una piña colada tras otra con nuevos amigos de otras ciudades, con otros destinos. Era razonablemente capaz de decir alguna palabra en vietnamita, especialmente nombres de frutas. Por supuesto también seguía quejándome de la comida, del hedor de las cosas, y de la poca eficiencia de la población local, una inmensa lentitud que irremediablemente parecía tender a la nada.

Hambrienta, viajé. Primero en coche hasta la frontera con Laos, luego en furgonetas, rancheras y autobuses cruzando el norte de Laos hasta llegar al Mekong para ver las lejanas montañas llenas de niebla de China y la frondosa selva de Birmania al otro lado del río. Navegué por los rápidos a bordo del barco de un pirata tailandés y vi como el río se ensanchaba desde otro barco con asientos como butacas de cine. Crucé otra frontera más des de un autobús puesta de alprazolam junto al hombre que amo. Recorrí 800 kilómetros compartiendo una moto diminuta junto a otras dos personas más para ver un templo en guerra. Pagué un dineral por un plato de arroz blanco con gallina en un campo de refugiados. Cogí pulgas por montar un elefante y me picaron cincuenta veces en cada pierna. Hice el amor casi cada día, gané algunos quilos y fumé toda la hierba que pude. Seguí viajando en coche, en moto, y el autobús quilómetro tras quilómetro hasta llegar al océano. Decidí que a los ochenta volvería a Cambodia para pasar los últimos años de mi vida fumando opio bajo una palmera.

Durmiendo en cabañas de bambú por seis dólares la noche las prioridades cambiaron, lo esencial fue el paisaje, el sonido, el río, la selva; una mesa para jugar a cartas, un buen desayuno, una dulce borrachera. El plato de ducha parecía una cosa inmensamente lejana y ridícula, las letrinas, sin embargo, eran una realidad tan difícil de ignorar como los insectos, como el calor. Baños reducidos a su mínima expresión: un agujero, una caja de madera con un agujero, a veces algunas plantas para adornar.

Casi al final del viaje, con la piel quemada del sol y las piernas llenas de pelos volví a dormir en una cabaña de baño aristocrático. Fuera diluviaba. Hice el amor toda la noche, por la ventana entraba el olor de la lluvia monzónica.



***


I arrived in Hanoi in February with a suitcase filled with shirts, shorts, sheer dresses and just one pair of jeans that were filthy in just two weeks. Tropical climate? My ass. It was winter and the cold was damp and unfriendly. I arrived at night, after several senile planes and depressing airports. I was in a bad mood. At Customs I yelled, helplessly, at an ugly police officer with a greasy face and that stank of alcohol who had, one-sidedly, decided to change my visa’s validity. I only wanted to get there. Undo the suitcases, eat, take a nice shower, have a smoke. 

When I made it to my new home I realised my suitcase, my food, my shower, my cigarettes and my life would from now on occur in a tiny apartment, jammed with kids with a very reduced mobility. Boys and girls with their corresponding wheelchairs and their teenage stuff. The food tasted like death and soap because I hate fish and coriander, and in Vietnam they spray everything with that stupid herb and with a smelly and intense sauce that comes precisely from the juices that are produced by fish rotting in the sun.

I wanted to take a shower. The bathroom was a humid and sticky space that smelled how a bathroom occupied by fourteen teenagers is supposed to smell. There was no bathtub, no shower tray, no curtain: just a white plastic stool. Water fell directly to the floor and it went out through a small drain. I locked the door, got undressed, placed a shirt over the stool so that I could position my European buttocks on something familiar, and I cried about having ended up in such a dump. 


A couple of months later, I had more or less adapted to the Hanoian madness. Spring came and life took on another meaning: noodles with chicken, fried tofu with tomato and other feasts, free of coriander, which appeared as delicious meals. Walking down the street half naked was liberating. During the day I had fun with the kids and at night I happily downed piña coladas with new friends from other cities, with different destinations. I was reasonably capable of saying a few words in Vietnamese, especially fruit names. I of course continued to complain about the food, the stench of things, and of the inefficiency of the local population: an immense slowness that unavoidably seemed to lead to nothingness.

With hunger, I travelled. First I did it by car up to the Laos frontier, then in vans, station wagons and buses as I crossed the north of Laos up to reaching Mekong – to see the far-off mountains, surrounded by the Chinese mist and the thick Burmese jungle at the other side of the river. I navigated the rapids on board of the boat of a Thai pirate and I witnessed the river expanding from another boat, with seats that resembled those of a theatre. I crossed another border on a bus, high on Xanax next to the man I love. I went through 500 miles sharing a tiny bike with another two people, to see a temple at war. I paid a fortune for a dish of white rice with hen at a refugees’ camp. I caught fleas riding an elephant and they bit me fifty times on each leg. I made love almost every day, I put on a bit of weight, I smoked as much weed as I could. I continued travelling by car, by bike and by bus, mile after mile until I reached the ocean. I decided that when I turned 80, I would go back to Cambodia to spend the last years of my life smoking opium under a palm tree. 


Sleeping in bamboo cabins for six dollars the night, my priorities changed: the scenery, the sounds, the river, the jungle were the essentials. A table to play cards, a good breakfast, a sweet drunken night. The shower tray now looked like an incredibly distant and ridiculous thing… the latrines, though, were in fact as difficult to ignore as the insects, or as the heat. Bathrooms reduced to the bare minimum: a hole, a wooden box with a hole - sometimes some plants for decoration.

Towards the end of the trip, with a skin burnt by the sun and hairy legs, I slept one more time in a cabin with an aristocratic bathroom. It was pouring outside. I made love all night, and through the window came the smell of the monsoon rains.




***




La presentación de Minor en Impossible Barcelona fue al más puro estilo Diego Etxeberria. Cerveza, gente guapa y cámaras desechables. Podéis ver más fotos del evento en el facebook de Publications for Pleasure. Y por supuesto las de Diego Etxeberria en su tumblr. Aquí y aquí. 

Si queréis un ejemplar de Minor podéis encargarlo online desde la web de Publications for Pleasure. Serán los 12 euros más bien invertidos de vuestra vida. 








lunes, 17 de febrero de 2014

Mujer, barbuda y empoderada

Harnaam Kaur


Estoy días se podría decir que prácticamente he vivido dentro del canal de youtube de Cultura Trans.
Tengo un respeto infinito a todo el trabajo que están haciendo Pol Galofre y Miquel Missé y francamente creo que no sólo están haciendo un favor enorme a la comunidad trans, no están haciendo un favor a todos.
En uno de los vídeos sobre diversidad de género en la infancia, un tema urgentísimo a ser tratado, me dejó enamorada la conferencia de Gerard Coll-Planes. Hasta hace pocos días no le conocía pero es un sociólogo con ideas muy interesantes sobre la construcción social del género. Para ilustrar la charla mostraba unos carteles, que en el vídeo se ven fatal y que aún no he podido conseguir para compartir con todos vosotros, pero que me parecieron geniales. Se trata de los típicos carteles de colmado tipo "SE APARTA GÉNERO". La charla empezaba con una foto de la tienda la chuches de la Universidad Autónoma de Barcelona, en el cartel decía algo como "CUIDADO: EL GÉNERO PUEDE CAER". Como bien dijo Gerard, cuánta verdad hay en ese cartel...
Después de la inmersión de cultura trans para desayunar, para comer y para cenar esta tarde en mi muro de facebook (bendito muro de facebook) me he encontrado con una historia asombrosa. Conozcan a Harnaam Kaur amigas, y ámenla, porqué su historia es de lo más genuina, y porque es difícil no aprender algo bueno de ella. Tienes razón Gerard, el género puede caer, y el género, tarde o temprano, caerá.
A Harnaam empezó a salirle barba a 11 años por culpa del desarrollo de ovarios poliquísticos. Pasó por el drama que todas podemos imaginar, que ella misma explica en el video que podéis a continuación y que incluye daños tanto físicos como emocionales por no encajar en una sociedad que es incapaz de reconocer la diversidad, que la niega, que la esconde, que la repudia. 

Fue a través de la religión que dijo basta. Sí, la religión, otro tabú a romper. A los 16 años se bautizó como Sikh y dejó de luchar contra el vello facial, ahora se siente más femenina que nunca. "Así es como Dios me hizo y estoy feliz con ello". El relato de Harnaam es bello y poderoso, como ella es bella y poderosa.  







jueves, 13 de febrero de 2014

Minor, Hanoi y el placer de publicar

 Mònica Figueras


























He necesitado una foto de Diego Etxebarria para empezar a escribir sobre Asia dos años después de mi regreso. Aquí va un pequeño adelanto de mi colaboración con Publications for Pleasure en su tercera publicación, MINOR: A publication made of brief stories from images by Diego Etxebarria.

<< Hambrienta, viajé. Primero en coche hasta la frontera con Laos, luego en furgonetas, rancheras y autobuses cruzando el norte de Laos hasta llegar al Mekong para ver las lejanas montañas llenas de niebla de China y la frondosa selva de Birmania al otro lado del río. Navegué por los rápidos a bordo del barco de un pirata tailandés y vi como el río se ensanchaba desde otro barco con asientos como butacas de cine. Crucé otra frontera más des de un autobús puesta de alprazolam junto al hombre que amo. Recorrí 800 kilómetros compartiendo una moto diminuta junto a otras dos personas más para ver un templo en guerra. Pagué un dineral por un plato de arroz blanco con gallina en un campo de refugiados. Cogí pulgas por montar un elefante y me picaron cincuenta veces en cada pierna. Hice el amor casi cada día, gané algunos quilos y fumé toda la hierba que pude. Seguí viajando en coche, en moto, y el autobús quilómetro tras quilómetro hasta llegar al océano. Decidí que a los ochenta volvería a Cambodia para pasar los últimos años de mi vida fumando opio bajo una palmera. >>












MINOR / ISSUE NUMBER 3 / BUY IT HERE


Collaborators in this issue: 
Diego Etxeberria, Alba Yañez, Hye Min Kwon, Marta Delatte, 
Carlos J. Navarro, Bea Bascuñán
-
Moments with no beginning or end that are open to any interpretation. Moments where homes, cities, routes and people intertwine, intending to go further. Minor is a staging of moments captured by Diego Etxeberria with his private collection of disposable cameras, and something more. An instant, two, three: a story.

*Texts in the publication are both in english and spanish.
52 pages / full colour / 21x29,7 cm. / screenprinted covers / limited 500 copies

Publications for Pleasure es un sello editorial creado por 



 MINOR

martes, 11 de febrero de 2014

Bad (muslim) girls do it well

 fotografía de Hassan Hajjaj























                        
Hace unas semanas publiqué en PlayGround una columna sobre la iniciativa #StopGordofobia en la que comparaba el rechazo a la gordura con el rechazo al velo y me quedó muy claro que hay gente, desde Julia Otero hasta Sara (la chica que dejó el comentario en PlayGround) que aún confunde la velocidad con el burka y con el tocino. Así que en este post no vamos a hablar de filosofía del lenguaje, vamos a dejarlo senzillico y com muchos dibujos: Érase una vez el complejo mundo contemporáneo más allá de tu ombligo. 


1. Empezando por lo básico. Tipos de velo islámico. 
NO confundir el Niqab con el Hiyab, es una herejía nivel creer que la paella lleva cebolla. He visto a turcas en Berlín llevar el hiyab a juego con los zapatos de tacón petándolo infinito, generalmente en colores más bien fluor. Desde entonces siempre me he preguntado cuánto tardará la moda en democratizarlo para poderlo llevar cuando me apetezca sin parecer irrespetuosa. Me parece una prenda hermosérrima.




2. ¿Que dice la mujer musulmana sobre el velo?
Evidentemente esta infografía deja fuera muchos países y muchas mujeres y nos revela pocos datos sobre la muestra, pero menos da una piedra. Sí nos sirve de referencia para visualizar las diferencias territoriales y entender que hay muchas maneras de ser musulmana y de vivir el islam.  Natalia Andujar y Brigitte Vasallo han escrito largo y tendido sobre el tema. No es que espere que os pongáis a buscar como si no hubiera un mañana, pero no será porqué no os lo ponemos fácil.






3. Live fast die young, bad (muslim) girls do it well
La primera vez que ví el videoclip de Bad Girls de M.I.A estaba en Sarajevo, fue el invierno que nevó infinito, hace un par de años. Las sarajevitas son muy presumidas y han sido bendecidas con la estatura y la piel de porcelana eslava. Mis amigas bosnias encontrándose con el arabic gangster chic fue algo muy grande de ver.  Aquí os dejo el "Behind de Scenes".




4. The motorbike girl gangs of Morocco
Luego gracias a Mireia Gallardo, uno de las gratas novedades que ha traído 2014 a mi vida, supe de el fotógrafo Hassan Hajjaj y sus fotografías de moteras en Marrakech. Para que luego venga Julia Otero a liberarlas...


 fotografía de Hassan Hajjaj





















5. Salam Sister
Hace un par de años, cuando empezaban a verse mujeres empoderadas con velo @cerodeinteres y una servidora reflexionamos un poco sobre el tema y nos salió este bonito ensayo audiovisual




Esperamos que os haya servido de ayuda y no deis más por saco con el tema.
     Paz y amor para todxs.


     · Insha'Allah ·


 fotografía de Hassan Hajjaj






lunes, 10 de febrero de 2014

Premios Goya 2014: Les damos un aplauso y les dejamos que se vayan

Un aplauso en la gala de los Goya 2014 por Aleix Pitarch 


Gracias a la todopoderosa red, todavía eminentemente democrática y gratuita, y sobretodo, gracias a los traductores de America Latina, de quien depende casi la totalidad de mi consumo de productos en versión original con subtítulos, este fin de semana he tenido el placer de ver dos películas estupendas, ninguna de ellas producidas en España, por supuesto.
La primera fue The Butler. Me hizo reflexionar sobre el pasado y entender la tremenda fragilidad de las libertades que están siendo ahora dinamitadas. Que el siglo XX fue una jodida locura y que los años 70 es otra manera de decir "anteayer".
La segunda fue Her. Me hizo reflexionar sobre el futuro y entender lo potencialmente ridícula y limitada que es la inteligencia humana. Que el tiempo y la tecnología es lo único que avanza incesantemente hacia adelante, y que la historia es involucionar o estar en riesgo permanente de involución.
Después del estado en el que me dejaron Spike Jonze y Lee Daniels, la gala de los premios Goya fue para echarse a llorar y hacer las maletas. Todo en general. Empezando, por supuesto, por Manel Fuentes. Honestamente creo que si aún no se ha empezado a mover un change.org para que Eva Hache y Buenafuente presenten los premios de ahora en adelante, sin más sustos como los de anoche, es porque ya hemos perdido la fe en que en este país suceda algo bueno, algo que no haga que nos avergoncemos cada puto día de ser ciudadanos de uno de los lugares más penosos de toda Europa. Y también porque estamos hasta el coño de change.org.
Perdonen que me ensañe con Manel Fuentes, pero la gracia de este tipo de eventos es que aunque las pelis premiadas sean una mierda y la situación del país sea una mierda una siempre podía disfrutar de gente que hace gracia presentando la ceremonia. Manel Fuentes es penoso. El hombre que se comió un tripi llamado "el viaje de los amantes pasajeros" y estuvo toda la noche creyendo que era gay y que estaba a punto de echarse a volar por encima del escenario en plan performance del hombre pájaro, con un exceso de maquillaje que ni Farinelli, y a ratos, con un traje brillante que le marcaba un camel toe muy desagradable. Manel Fuentes: no te soportaba ya por las mañanas en la radio y aún te soporto menos cuando con tu presencia nos jodes a todos la gran noche del cine español. Eres la vergüenza de todos los catalanes.
Reculemos en el tiempo, cuando esperábamos del futuro cosas mejores. 2003. Ese año en que todos estuvimos tan orgullosos de nuestro cine, tan guerrillero, tan reivindicativo, tan solidario. 10 años han sido suficientes para que nuestro cine olvide todos los motivos, los viejos y los nuevos, y decida ocuparse de otras cosas más importantes. Más importantes que el derecho a un aborto libre, más importantes que los desahucios, que el cierre y privatización de hospitales públicos, que la educación.
Ayer más que nunca la noche de los Goya debería haber sido un desfile de collejas a todo gas, pero no lo fue. Ya no cabe ni tomárselo con sentido del humor, porqué después de la castración química general a la que nos han sometido a base de quitarnos derechos, libertades, y ahorros, hemos llegado a unos niveles de pobreza política y cultural históricos en un tiempo récord.  Y si no lo creen, vuelvan a mirar el discurso de Alex de la Iglesia en 2010.
La involución ha llegado para quedarse, y quien crea que no puede ir a peor es que no ha visto suficientes películas.


"Somos una imagen grotesca de nuestro entorno" 






miércoles, 5 de febrero de 2014

Reflexiones pre-olímpicas. Deporte y apariencia




Un día preguntaron a Lance Armstrong de dónde le llegaba la pasión por el ciclismo, a lo que él contestó: "Yo no busco diversión en la bicicleta, busco el dolor". Con este pensamiento turbador en la cabeza hace pocos días no pude evitar mirar a los skaters de la plaza del MACBA como pequeños sumisos del asfalto: ¿a caso cuando caen al suelo no reciben un intenso azote? Podemos pensar lo mismo de esquiadores, snowboarders y todo aquel que le vaya el rollo acrobático. Por cara pirueta bien hecha, ¿cuántas ostias les habrá dado la montaña, la nieve, el hormigón o la tierra? Y siendo así, ¿por qué aún hay quien ve en el deporte un acto de heroísmo y en el BDSM de perversión? ¿Porqué un traje de látex o cuero es fetichista y otro de a saber qué nueva fibra supersónica, algo tan cool como ‘ropa técnica’? ¿Soy la única loca que se lo ha preguntado?

Todos sabemos que Instagram se dedica a censurar contenidos sexuales y que Tumblr es un festival de gifs animados pornográficos, pero ocurre algo bastante interesante cuando buscas en ambos sitios imágenes tagueadas con palabras aparentemente tan inocentes como #disciplin. Instagram te va a mostrar todo tipo de deportistas, sobre todo runners. Tumblr te va a mostrar mucho spanking y mucho látigo. Eso ocurre porque a pesar de que a nivel social hacer deporte es algo que compartimos sin miedo a prejuicios, podemos afirmar que más allá de la disciplina, hay ciertas similitudes entre la práctica deportiva y lo kink, es decir: entre el deporte y todo aquello no entra en lo que llamamos, a falta de una palabra mejor, prácticas sexuales “convencionales”.

A riesgo de empezar a ver en la escalada bondage encubierto, en el tenis spanking del “bien hard” y en la hípica estrañas parafilias de animales y látigos, decido buscar en Internet. Hay mucha mierda muy poco interesante, casi toda sobre cosas que el cuerpo secreta cuando lo machacas un poco. Sin embargo, Google academics – esa maravillosa herramienta que pone tus preguntas sobre espaldas de gigantes – da con el premio gordo: un artículo denso pero bastante revelador que Guillem Turró publicó en la revista ARS BREVIS y que se titula “Algunas consideraciones en torno al deporte, elplacer y el dolor” [1]. Guillem Turró piensa el deporte desde la Biblioteca, y recoge la opinión de otros autores, alguno más coñazo que otros. Nosotros vamos a obviar el momento Grecia clásica porque Astérix en su día ya nos contó aquello de las doce pruebas, ese primer aprendizaje sobre disciplina, deporte y superación que dejaba mejor sabor de boca que la siempre odiada Course-Navette, un acto de verdadero sadismo. En el  gimnasio del colegio todos sabíamos que sólo cabía someterse y sudar la gota gorda al son del pitido infernal, eso o fingir un ataque de asma para librarte del suspenso en educación física. No recuerdo a NADIE que haya admitido disfrutar de esa tortura.

Luego del maltrato infantil del gimnasio del colegio inevitablemente creces y si vas holgado de dinero tienes la opción de contratar a un personal trainer. O a una dominatrix. Las dos cosas tienen mucho que ver con las relaciones de dominación/sumisión, ya sea para mandarte hacer flexiones hasta que sudes a voluntad o para darte con la vara hasta que te quede el culo como una bombilla. En cualquier caso, aunque parezca una contradicción, quien decide cómo, dónde y con quién es siempre el sumiso. Los papeles se invierten en los físico y en lo psicológico, algo que sólo puede pasar sobre una sólida base de entendimiento, confianza y trabajo en equipo.


Sano seguro y consensuado

Cuando se estrenó The Life and Death of Marina Abramovic muchos periodistas preguntaron  a Abramovic por la diferencia de rol que suponía el teatro respecto a la performances. Ella respondió en términos de verdad y representación: La sangre que podemos ver en sus performances – por poner un ejemplo – no es una ficción, como sí lo es todo aquello que sucede en el teatro o en la ópera. Pues bien, en el BDSM hay algo de performance indudablemente, pero sobretodo, para la gran mayoría de practicantes, el BDSM es puro teatro. Las cuerdas, el cuero, las velas y la ropa son la puesta en escena de una fantasía concreta, y el dolor puede ser algo absolutamente secundario en toda la movida: es decir, el dolor no es su finalidad. Como tampoco lo es para los corredores de maratones, aunque uno sea incapaz de pensar en acabar una maratón sin sentir que su cuerpo se desintegra.

¿Cuanto de realidad y ficción hay en el BDSM? Los amigos están para hacerles preguntas comprometidas y esperar cierta honestidad de vuelta, así que le he preguntado a Queer Punk Riot sobre el tema. Ella ha vivido en Berlín, dónde ha podido disfrutar a lo loco de una de las mecas de la diversidad sexual, y a pesar de que su blog se centra principalmente en cuestiones relativas al feminismo, hace años que dejó de ser aprendiz de las artes del BDSM y ahora disfruta de su cuerpo y de su sexualidad como una verdadera campeona. Empieza recordándonos lo primero y fundamental: si no es sano, seguro y consensuado, no es BDSM. El resto depende de lo lejos que quieras llevar tu fantasía y de tu umbral del dolor y del placer.  “BDSM es el término creado a partir de las iniciales bondage, disciplina, dominación, sumisión y sadomasoquismo. Y no, no tiene nada que ver con las 50 sombras de Grey. Tiene que ver con dejar salir de la manera más saludable posible algo que llevas dentro y que no te hace bien, que sientes la necesidad de liberar. Los casos más extremos no son los casos más comunes pero por supuesto existen. Y en realidad nos ayudan a entender que sea o no sea extremo el mensaje es siempre el mismo: Déjate cuidar. Conozco el caso de una compañera que había sufrido abusos siendo niña y llevaba tiempo cortándose, algo que finalmente dejó de hacer con el tiempo pactando con una pareja dominante. Ella necesitaba una determinada experiencia de dolor y con su pareja buscaron otra manera de llegar a esa vivencia, lo que ella necesitaba sentir, bajo la promesa de que nunca más volvería a herirse de aquella manera. Es una manera de poner tu sufrimiento en otras manos, en las manos de alguien que te va a cuidar, con confianza ciega. Es algo que necesita hacerse desde el respeto y que te permite conocer a la otra persona muy profundamente”.

Retomando el artículo de Guillem Turró, recuperamos una cita a propósito de los pactos del antropólogo y sociólogo francés David Le Breton que podéis encontrar en su libro Antropología del dolor: “toda actividad física o deportiva que traspase los esfuerzos habituales exige una negociación personal con el umbral del dolor soportable. El rendimiento nos coloca en el continente del dolor y, a través de éste, nos enfrentamos a una experiencia en los límites. El deportista se relaciona con el dolor como una materia prima de la obra que realiza con su cuerpo” El problema, como nos cuenta Queer Punk Riot viene cuando la gente desinformada compra sus primeras fustas en el Decathlon y sus primeras cuerdas en el Leroy Merlin: “Ninguna de las dos cosas ha sido preparadas para este tipo de juego, las cuerdas si no están recubiertas de cera pueden quemarte las muñecas, y las fustas del Decathlon son para los caballos, no para las personas”.

Como casi siempre, el principal peligro es no asumir los límites del cuerpo y no dejarse cuidar. Cuestiones que pasan factura en el BDSM, pero por supuesto también en el deporte. No nos referimos únicamente a los locos que se abren la cabeza haciendo deportes de aventura o que se mueren congelados a 8000 metros de altura en el Himalaya. Hablamos del tipo de gente que vive en una permanente obsesión por machacarse el cuerpo y que han substituido el comer, el fumar, o el trabajar demasiado por el running. Esa palabra que le ha dado una imagen nueva al salir a correr de toda la vida y que ha hecho que muchas marcas se pongan a diseñar aplicaciones. Si tienes ganas de parar, tus amigos pueden mandarte mensajes de ánimo para que no decaigas, aunque te dejes la salud en el intento. Aquí no hay personal trainers, aquí hay automedicación a lo loco. Hablamos de la bulimia deportiva.

Aún así, que la mayoría de deportistas de pacotilla salgan con las bambas y el modelito de turno a lucir palmito, no significa que suden lo suficiente para despertarse al día siguiente con agujetas. Y la gente que dice hacer running muchas veces en realidad lo que hace es salir a la calle con el iphone cargado de música a mover el pompis con cara de concentración al ritmo de Vampire Weekend.

A los que no hacen postureo, a los que se rompen las rodillas, o se caen de barrancos, o se tiran de puentes, queremos recordarles que lo que más mola del deporte (supongo) es poderlo seguir practicando, así que aprended la lección del BDSM y dejaos cuidar, aprended de vuestros límites. Para darle credibilidad, Daniel Innenarity catedrático de filosofía política y social en la Universidad del País Vasco y uno de los autores que más lo petan en nuestro país en el ámbito del pensamiento y la comunicación os lo pone en palabras de persona lista: “El deporte es una celebración de la incapacidad humana para hacerse físicamente señor de sí mismo”.