lunes, 13 de enero de 2014

La paranoia del Tampax (o la verdad de la vagina como espejo)

la menstruación será feminista o no será (dicho popular) 





No soy nada fan de las copas menstruales. Son prejuicios, lo asumo, y un profundo desconocimiento sobre el tema, pero la idea me hace estremecer de la repulsión. Las feministas pro-asumir-la-menstruación me querrán decir de todo, y seguramente tendrán razón, sean cuales sean sus argumentos. Por otro lado, el arte de regla regalimante me parece bien. Es más, soy fan. Lo que no contemplo (o no contemplaba) bajo ningún concepto es el almacenaje como opción en mi vida cotidiana.

Ahora acaba de sucederme algo que puede hacer que me replantee todo el asunto. Pánico vaginal: Creo que hay un Tampax alojado en lo más profundo de mi interior desde el pasado domingo.

Como usuaria de Tampax que soy, incluso por la noche, los sábados y los domingos me gusta dejar a mi vagina respirar. Al menos durante la mañana. Luego me ducho y vuelvo a la obstrucción y a la absorción y al blanqueante. El horror es que creo que en el lapso del tiempo adormecido de las mañanas de fin de semana, algo falló. No tengo la certeza absoluta de ello, solo la típica intuición paranoica. Salí del baño y se lo comuniqué a mi pareja (a mi marido). Él se ofreció a rebuscar. Doble pánico vaginal. Él puede rebuscar en mi vagina siempre que quiera, todo, menos tampones. Eso está fuera de discusión.

A pesar de mi maxi vagina (me gusta pensarla así) tengo lo que podríamos llamar, mini-manos, y además no me han practicado un fisiting en la vida. Mi búsqueda del tampón perdido (espejo, linterna, y toallita en mano) fue un absoluto fracaso. Puede que allí no haya nada, puede que simplemente, no haya llegado a alcanzar nada con ninguno de mis dedos. El hecho es que todo el asunto del rebuscar me ha hecho reflexionar sobre una cosa: ¿Cuanto hace que no te miras el coño? Mirar detenidamente, reconociendo todo el terreno que tienes controladísimo con la mano. El pelo dificulta mucho que una pueda mirarse el coño tranquilamente. Nunca me lo había planteado de esa manera, así que hasta ahora, nunca había contemplado la posibilidad de depilarme el pubis completo. Dolor. Picor. Una cierta semejanza al coño de una niña que me da de repelús... Tengo 31 años, mi coño ya no es el coño de una niña, tampoco es el coño de una vieja, es un coño perfecto. Un coño feliz.

Tampoco soy de las que no se depilan como opción política o estética. Me gusta ir depilada, si a menudo no lo hago, es por pereza, porqué es invierno y todo queda de puertas a dentro, en casa, con mi gata y con mi hombre.

El domingo en pleno pánico vaginal llamé a mi amiga Mahala. "Creo que se me ha quedado un Tampax dentro". Risas. "¿Has rebuscado?". "Si". "Tranquila, ya saldrá". No me quedo más tranquila.

Hoy en el trabajo (desde hace una semana soy la nueva editora de los contenidos de pornografía, sexualidad y género de la fantabulosa revista digital Playground Magazine) he mirado las métricas, lo que más le va a la gente, lo que hace 'clicks'. El feminismo está de moda. Vuelve el pelo. Y yo pensando en despejarlo todo y profundizar en la relación visual con mi vagina.

Cuando he llegado a casa hace un rato, mi marido estaba con unos amigos terminando un trabajo de diseño. Me he reencontrado con mi querida amiga Marta, hace unos meses fuimos juntas a buscar su primer vibrador, son cosas que unen. Ella traía noticias frescas sobre el tema depilatorio, toda una revelación: la depilación láser cuesta lo mismo te depiles el pubis entero o a trozos. Igual el pronóstico es de poco pelo para la generación láser (seguramente). Para mi, vislumbro un futuro donde mirarme el coño será casi como mirarme al espejo.



Rhiannon Schneiderman




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